Morbo.

Le saludo sonriente mientras
su mirada se clavó entre la majestuosidad de sus pechos.
Ella, coqueta, tocó sutilmente su miembro al pasar junto a él.

Ambos sabían la magia que rondaba
en esos encuentros llenos de morbo.
Otra noche,
otro instante en el que se quemaban
sus pieles al compás infinito de las caricias.

Él, sin dudar, ponía su mano
entre las piernas fogosas de ella;
ella sin titubear, respondía
a los deseos locos de su frenético amante.

La ropa se caía sola,
nada podía opacar esos momentos
en que los amantes desnudas
sus cuerpos y se entregaban a los deseos
más bajos de sus sexos.

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